LA IMAGINACION Y EL PODER – UNA HISTORIA INTELECTUAL DE 1968

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¿Qué rigor metodológico presumiría aquel que tratara de explicar el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994 mediante una lectura, semana a semana, del suplemento cultural de La Jornada publicado a lo largo de 1993? Ninguno. Jorge Volpi realizó, en La imaginación y el poder, una lectura crítica, semana a semana, de La cultura en México, suplemento de Siempre!, para explicarse lo sucedido en 1968, año en el que nació el autor. Luego de su repaso atento, concluyó Volpi que existe una esencia, a la que denominó “espíritu de Tlatelolco”, que desde entonces suele aparecer en los momentos álgidos de nuestra historia. Esa esencia, ese espíritu, es en realidad un aliento democrático que Volpi distingue en ciertos momentos recientes: el movimiento civil luego del terremoto de 1985, la aparición del ceu en 1986, las reñidas elecciones de 1988, el levantamiento armado de 1994 y las elecciones para elegir gobernador del Distrito Federal y diputados federales en 1997. Para Volpi el “espíritu de Tlatelolco” se manifiesta cada vez que la sociedad se organiza y le gana terreno al sistema establecido.
Por otro lado, con Gabriel Zaid, cree que “no sanaremos de Tlatelolco mientras creamos que todo fue una pesadilla que afortunadamente ya pasó”. Convencido de que la pesadilla aún no termina, Volpi afirma que “el espíritu de Tlatelolco sólo triunfará verdaderamente cuando la democracia, la tolerancia y la justicia logren convertirse, al fin, en una realidad cotidiana”. La pesadilla se llama sistema de dominación priísta y está con nosotros desde 1929. La pesadilla alcanzó su momento más alto el 2 de octubre de 1968, sin embargo, no puede decirse que lo que pasó la noche de Tlatelolco, dice Volpi, “sean meras desviaciones o errores sino consecuencias fatales de su naturaleza autoritaria”. En otras palabras, la violencia (que sólo se utiliza cuando ha fallado la cooptación y el soborno, métodos predilectos del sistema) es parte esencial del régimen que nos gobierna. “Este carácter de ‘dictadura ocasional –reafirma Volpi al final de su libro– ha sido un rasgo dominante del PRI durante décadas”. Extraño concepto (“dictadura ocasional”), no menos extraño que el que acuñó Vargas Llosa (“dictadura perfecta”) para definir nuestro singular sistema de gobierno. Perfecta por ocasional, porque sólo exhibe su fuerza cuando no encuentra otra salida. Perfecta, también, porque supo durante décadas utilizar con sagacidad y maña otros mecanismos de control. Díaz Ordaz, por ejemplo, consiguió el orden previo y posterior a 1968 mediante, nos recuerda Volpi, “la represión directa, los fraudes electorales y la manipulación de la información”. Vargas Llosa, en su polémica tipología de nuestra “dictadura perfecta”, añadió un elemento capital: la cooptación de los intelectuales, la cual se realiza “sobornándolos de una manera muy sutil, a través de trabajos y de nombramientos, a través de cargos públicos, y sin exigirles una adulación sistemática como hacen los dictadores vulgares, sino por el contrario, pidiéndoles más bien una actitud crítica”. Por tres meses, de junio a septiembre de 1968, la pesadilla autoritaria pareció desvanecerse, en parte por contagio de lo que ocurría en otras partes (muy acusadamente en París y en Berkeley), en parte también por el papel que desempeñaron un puñado de intelectuales mexicanos visiblemente agrupados en las páginas de La Cultura en México. Pero el horror reapareció en octubre. Porque esa pesadilla aún no termina, Volpi escribe La imaginación y el poder, para que lo ocurrido en ese año no pueda verse como un avatar más de nuestro sistema autoritario sino, como prefiere el autor, “un episodio central de la prolongada lucha por la democracia en el país”.
Uno puede o no estar de acuerdo con la conclusión política a la que arriba Jorge Volpi (un espíritu recorre México: el espíritu democrático nacido en Tlatelolco), pero lo que sin duda merece reconocimiento es el fascinante retrato de la intelectualidad mexicana que ofrece Volpi de ese periodo. Podemos así apreciar el enorme valor civil de escritores como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Octavio Paz y Carlos Fuentes, los cuales fueron testigos y actores centrales de los acontecimientos. Por desgracia, el método elegido por Volpi (sólo la lectura atenta de un suplemento cultural) dejó fuera del retrato minucioso a dos personajes capitales: Fernando Benítez, uno de los más grandes promotores culturales de este siglo, y José Revueltas, quien sufrió cárcel a raíz de la represión del movimiento estudiantil. Como Volpi destaca en su análisis sólo lo publicado en el suplemento, Benítez en este libro es apenas una sombra, pues publicaba poco (pero él era el director, el alma del suplemento). El caso de Revueltas es más grave. Como se sabe, Revueltas participó activamente en el movimiento: escribió numerosos textos analíticos que en este libro no merecen comentario ya que son textos que no fueron publicados ni reseñados en el semanario de Benítez. Tampoco hubiera sido mala idea recoger los testimonios (los ya publicados o mediante entrevistas, ya que una gran parte de los autores citados aún viven) de quienes siguieron reflexionando sobre el movimiento años después.
La imaginación y el poder es una bitácora exacta de lo publicado en La Cultura en México, pero hubiera sido mucho más que eso si no se hubiera impuesto una limitante tan académica. Pese a la prolija descripción de muchos acontecimientos de sobra conocidos y a la rigidez de su formato académico, reitero: el retrato de la intelectualidad mexicana que ofrece Jorge Volpi es fascinante. Dice Volpi que, de una u otra manera, el prestigio de ciertos autores ha sido definido por su participación a favor o en contra del movimiento estudiantil. Creo que es una afirmación exagerada. Podemos juzgar la literatura de Salvador Novo, de Martín Luis Guzmán, de Jaime Torres Bodet, Mauricio Magdaleno y Agustín Yañez, los ensayos de José Luis Martínez y de Emilio Uranga, independientemente de la deleznable posición que todos ellos asumieron durante 1968. Después de todo, luego de la matanza de Tlatelolco (por la directa presión oficial o por el miedo a ser detenido), la intelectualidad mexicana optó por el silencio. Muy poco tiempo después, una gran parte de esa intelectualidad agraviada aceptó colaborar con el nuevo presidente, Luis Echeverría, uno de los responsables directos de la represión en Tlatelolco. Pareció en ese entonces que el poder había impuesto su verdad. Pero poco a poco los testigos fueron escribiendo y publicando sus versiones. Ahora aparece este libro escrito por un hijo de 1968. Jorge Volpi se dedicó a estudiar su origen intelectual y concluyó que la pesadilla que promovió Tlatelolco todavía está viva (en los últimos tiempos se llamó Acteal), que el “espíritu de Tlatelolco” es en realidad una aspiración democrática pendiente.

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