LAPIDARIA POLITICA

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Leer reunidos los ensayos breves de don Rafael Segovia de los últimos treinta años es una experiencia considerable, que no debería ahorrarse nadie que se interese por la política en México. Lapidaria política es, sin duda ninguna, uno de los pocos libros de lectura indispensable para entender la política mexicana, y uno de los más agradables, de los más incisivos para estudiar la política sin más. Eso hay que decirlo, porque es verdad, pero casi sale sobrando porque ya se sabe (y se sabía antes de que el volumen apareciese publicado); no es frecuente, en cambio, que se mencione en particular su estilo: la sobriedad, la exactitud y la agudeza expresiva que hacen de él uno de los mejores prosistas con que contamos.

El estilo de Segovia, como el de cualquiera, tiene varias y distintas fuentes que sería arduo, y seguramente innecesario, dilucidar. Tiene sentido, en cambio, parar mientes en sus afinidades electivas porque en los ensayos se ofrece una extraordinaria cartografía intelectual de la que hay que sacar provecho; los textos invitan a leer a Aron y Lipset y Jouvenel y Cosío Villegas, por ejemplo, pero invitan también de otro modo más discreto a leer a Machado, Gracián, Quevedo, de quienes pueden sacarse enseñanzas muy apreciables.

Leyendo a Segovia, de inmediato se vienen a la memoria los nombres de Ortega y Alain; con ambos comparte esa extraña vocación por ejercer el magisterio desde los periódicos, que es un poco predicar in partibus infidelium. Por eso sus artículos, leídos de un tirón, ofrecen el aspecto de una continuada meditación con las pausas, los incisos, reparos y recovecos de cualquier conversación inteligente. De Ortega están también la sabiduría enciclopédica y la curiosidad, la capacidad para remontar vuelo con ocasión de cualquier minucia; de Alain, en cambio, la mesura y la brevedad, la afición por la escritura aforística: rigurosa, exigente.

Segovia escribe siempre bajo el apremio de lo inmediato, metido, como dice él, en el espesor del presente; los textos, no obstante, ganan hondura con una facilidad pasmosa, buscan y encuentran horizontes amplísimos con toda naturalidad. Con la naturalidad y el desenfado que hacen falta para ocuparse de los asuntos serios; algo en lo que, por cierto, se descubre también la huella de Voltaire, con quien lo unen tantas cosas. Como Voltaire, Segovia es un militante partidario de la Ilustración que encuentra las cosas humanas a veces trágicas, a veces divertidas, casi siempre ridículas y descaminadas, pero no puede evitar que le importen. Como a Voltaire, a Segovia tampoco le hubiesen convencido a fin de cuentas ni Federico II ni Rousseau, no por faltos de inteligencia, sino de buen sentido y de humanidad.

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